Presentación de Oficio de Lectores de Pedro Enrique Rodríguez (Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2009)
21 de mayo 2009
Conocí a Pedro Enrique Rodríguez en 2006, cuando Héctor Torres y yo inauguramos la I semana de nueva narrativa urbana, y participó con un cuento titulado “Ulan Bator”, que ya prefiguraba al autor de este libro que hoy presento. Ulan Bator –yo lo ignoraba entonces– es la capital de Mongolia, y el protagonista experimentaba el extraño deseo de viajar allá. De nuevo supe de él, de Pedro Enrique quiero decir, en 2007 porque resultó entre los finalistas del premio internacional de cuentos Juan Rulfo, que por cierto ganó en una oportunidad Salvador Garmendia. Y luego, en 2008, me lo encontré de sopetón entre los manuscritos enviados al VIII premio transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana, con el título Oficio de lectores. Textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas, bajo el seudónimo de Rodrigo Coll; pero como no soy visitante de blogs, no podía saber que ése fue durante un tiempo su heterónimo cibernético. Mi primera lectura del texto, como jurado, me entusiasmó por lo bien escrito y por lo novedoso de la propuesta, dentro de su generación, y en general, en la narrativa venezolana. No tenía ninguna duda de que sería mi favorito, a pesar de que al concurso se habían presentado un buen número de premiables. Deseaba que el resto del jurado pensara igual que yo, y me alegró mucho que así fuera. De modo que hoy Pedro Enrique Rodríguez inicia su carrera literaria con su primer libro individual. Suele gustarme imaginar los derroteros que seguirá un joven escritor, pero en este caso cualquier apuesta sería aventurada. El libro se abre como un menú a la carta: desde el ensayo a la ficción, del cuento fantástico al realista, de la crítica a la autoficción, de la crónica breve a la pesquisa literaria, pasando por algún momento poético; en fin, aquí hay dónde escoger. Esto en cuanto a la introducción del Pedro Enrique escritor; en cuanto al Pedro Enrique psicólogo debo decir que tiene una hoja de vida bastante impresionante para quien anda rozando los 35 años. Tengo cierta experiencia en el asunto y me permito aconsejarle que se vaya preparando para una pregunta infaltable en su futuro rol de entrevistado, la cual, con discretas variantes, consiste en que deberá explicar cuánto de lo que escribe se lo debe a la psicología, o cuánto hay en su trabajo psicológico de literario. Para ello, colega, lo mejor es que montes de una vez una respuesta convincente, y te aseguro que con el tiempo tú mismo quedarás convencido, porque la verdad es que tan inexplicable es ser psicólogo y escritor, como ingeniero y escritor, o vendedor de seguros, y hasta ama de casa desempleada. Para ayudarlo en la tarea voy a citar un párrafo del libro que dice así: “No existe nada de malo en la realidad. Sin embargo, tampoco existe nada de malo en el deseo de elevarse sobre ella y explorar otros universos, de vivir otras aventuras”. Como siempre he pensado que lo mejor de leer y de escribir es que es un método para vivir varias vidas a la vez, no me resultaría difícil pensar que alguien que tiene que resolver las de personas que provienen de contextos de multiproblematicidad, sienta de vez en cuando el irrefrenable deseo de viajar a Ulan Bator.
Pero ya es tiempo de entrar en materia. En la segunda lectura tomé algunas notas, y las transcribo a continuación. Puede, en primer lugar, leerse de varias maneras. Una posibilidad sería seguir las piezas breves de un ensayista, pero también como el diario de quien produce una novela sobre la que titubea en cuanto al orden de los capítulos. El texto confirma el poder de la escritura para dirigirse desde cualquier parte hacia cualquier otra, porque su destino no es llegar sino crear un espacio textual en el que la anécdota se desplace libremente, sin énfasis ni privilegios, y con la posibilidad de que cualquiera de ellas ocupe el lugar del desenlace. Por otro lado, la simultaneidad de la literatura: cómo se puede viajar de un trovador del siglo XIII a Nabokov pasando por Chejov. Y la variedad de ventanas que se abren a la mirada literaria. Me detengo en la noción de ventana porque en el primer fragmento, titulado “Fábula”, el escritor se plantea frente a la hoja de papel, que desde ella pudiera verse toda la habitación, o “el reflejo del atardecer que entra por la ventana”, y a partir de ésta y otras visiones comenzaría a desplegarse un mundo imaginario que sería el motivo de la escritura por venir.
Una escritura que, a mi parecer, se construye en los bordes de la literatura, como en un ejercicio de enroscarse alrededor de las líneas seleccionadas bajo claves muy personales. Una escritura que opera conceptualmente, como una intervención en la obra de otro, y que de ese modo compone un nuevo texto; como sería el caso del prólogo de El nombre de la rosa, que, en su detectivismo literario, el autor nos informa (o nos recuerda) es una pequeña narración ficticia, aparentemente descriptiva, con la que Umberto Eco interviene su propia ficción que es la novela que sigue.
Un texto literario es menos lo que dice que lo que sugiere, y todo el libro es una inquietante sugerencia que nos devuelve al fervor de la lectura que, entre una cosa y otra, a veces se nos escapa. Para mi tercera lectura, ya con el propósito de escribir estas líneas, escogí una tarde de domingo un tanto lluviosa y presísmica, en la que dejé al autor llevarme de nuevo a Borges, o a la abadía donde Adso de Melk –otro detective literario– investigaba acerca de monjes asesinos y un tanto dementes; o a dar un paseo insólito como el que proponen Alberto Manguel y Gianni Guadalupe en un libro que no conozco, y que tiene el maravilloso título de ofrecerse como una Breve guía de lugares imaginarios; o a los tres mosqueteros, para recorrer lo que el autor llama “turismo de anacronías”, por unas calles de París que, al parecer, no existían en tiempos de Dumas; o también a sonreír con una parodia de estilos que nos remiten a viejos amores como Cortázar o Cabrera Infante, y nos divierte con la imitación de Gallegos o de Lezama. Y aquí me detengo, porque el recorrido es muy variado y no creo que deba contarlo todo sino dejar a los lectores que hagan el suyo.
En síntesis, Pedro Enrique Rodríguez es fiel a sí mismo cuando en alguna línea dice: “la verdad del texto está fuera del texto”, y aun cuando no pareciera por su hoja de vida ser un discípulo lacaniano, en verdad la frase es un sentido homenaje al maestro. Si Lacan no dijo esa frase, estoy segura de que la pensó, y pudiera ser motivo de algún futuro detectivismo psicoliterario, pero, por ahora, contentémonos con la idea que subyace, y es que dentro del texto no se puede comprender la diferencia entre un texto de ficción y un texto verídico. De lo cual se concluye que no podremos nunca estar del todo seguros de que el autor cumplió con todas las lecturas, que como hombre de academia rigurosamente cita, y quizá nos ha venido engañando desde el principio, y todas sus pesquisas no son otra cosa que el relato de un escritor en busca de tema. En todo caso, nosotros también podríamos engañarlo y decirle que todo lo que hacemos al leerlo es intervenir su texto para que otro especulador narrativo lo relea. Por el momento, felicitaciones a Pedro Enrique y mucha suerte en este oficio de escritores. ¡Ah!, y una advertencia: cuídate de Rodrigo Coll, hay fuertes rumores de que te va a demandar por plagio.
-Ana Teresa Torres
Imagen: presentación de Oficio de Lectores, Jueves 21 de Mayo, 2009.